Jose Ramon Vindel RuasEL ARTE DE LA DICCION (II) Desde siempre, hemos visto y oído a oradores que por motivos como nerviosismo o tensión han tenido cierto resecamiento de garganta. Sin embargo, otras muchas veces es por una mala respiración. La respiración cuando se habla en público es clave porque, si respiramos bien, mejora las posibilidades expresivas. Además, la respiración inadecuada crea inseguridad. Refrescar la boca con un sorbo de agua es aconsejable antes de comenzar el discurso. Si por necesidad debe acudirse al vaso de agua mientras se habla, la acción de tomar el vaso y acercarlo a los labios forma parte de la frase misma, con interrupción levísima. Una buena respiración proporciona rica resonancia de voz, con posibilidades para matizar y destacar palabras clave. El contacto visual tiene mucha importancia para quien nos observa, el público. Siempre debemos dirigir nuestros ojos al auditorio, mirando discretamente a todos los lados, sin dirigirlos a ninguna persona en concreto. La mirada debe extenderse hacia el público de una manera indeterminada al principio. Durante el discurso la cabeza ha de saber girar armónicamente hacia izquierda y derecha, tratando de conectar con la mirada de los oyentes. Nunca se debe clavar los ojos en nadie, como queriendo forzar su atención a toda costa. El modo correcto es dirigirla a todas direcciones, de modo que el público tenga la sensación que se habla a todos por igual, con la misma importancia. Este comportamiento exige entrenamiento y experiencia. Quien hable en público tiene la obligación de emitir con nitidez sus palabras. Sobretodo porque el público tiene derecho a percibir y entender cada una de las palabras sin hacer ningún esfuerzo añadido. Importancia singular tiene la voz, con su propio volumen y sonoridad. Entre el tono conversacional y tranquilo y el acento apasionado del debate cabe un largo espectro de posibilidades acordes con cada situación, lleno de matices y registros. Qué duda cabe que ayuda mucho a la voz la calidad de la megafonía. Con la voz de lo que se trata es de crear elementos melódicos , esto es, variaciones de voz, a fin de evitar la somnolencia y el aburrimiento. La acomodación continuada del oído amenaza con la pérdida de atención. De ahí que haya que variar continuamente en nuestro discurso el ritmo de la frase, el cambio de tono, cambios de intensidad, pequeñas pausas, la rapidez de lenguaje, su velocidad, ... todo ello para provocar tensión y distensión en el discurso. Sin embargo, un discurso no solamente entra en juego la palabra. En él está comprometido todo el cuerpo. El movimiento corpóreo acompaña y sigue naturalmente a la palabra. Las palabras tienen fuerza en sí mismas, la voz otorga acento a lo que pensamos y el cuerpo le da significado. En el rostro adquiere la capacidad expresiva su poder dominante, ya que podemos exteriorizar una amplia gama de expresivos estados de ánimo: asombro, tristeza, menosprecio, serenidad, gozo, placidez, etc. Así, la expresión facial debe ajustarse al asunto del que se está hablando, con su correspondiente estado de ánimo. Las manos y los brazos constituyen el lenguaje universal de todas las personas. En las manos hay que recibir y servir el mensaje. Por supuesto es inaceptable las manos en el bolsillo o los brazos cruzados o recogidos. En cambio, las palmas de las manos extendidas son positivas pues reflejan sinceridad, oferta, servicio. La kynesia es la herramienta que estudia los movimientos corporales. Según esta, cada movimiento se dota de un significado concreto. De ahí que para dominar nuestro cuerpo ante el público necesitemos - conocernos a nosotros mismos Algunos de estos signos no verbales son
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